UN MUNDO FELIZ

UN MUNDO FELIZ. Huxley lo auguró y ya hemos llegado

martes, 19 de octubre de 2010

Maimónides

Los antiguos dijeron que el alma tiene salud o enfermedad, de igual manera que el cuerpo tiene salud o enfermedad. El alma está sana cuando su talante o el temple de sus partes le dan la disposición requerida para realizar de modo constante las cosas buenas, las acciones correctas. El alma está, en cambio, enferma cuando su talante y el temple de sus partes la ponen en disposición de obrar siempre cosas malas y acciones nefandas.

(…) En algunos tiempos y en algunos lugares ha habido algunos de estos hombres virtuosos que se han inclinado hacia algunos de los extremos, en el ayuno, en las vigilias prolongadas, en la abstinencia de carne, en la renuncia al vino, en el apartamiento de las mujeres, en el vestir ropas de lana o de pelo, en el habitar en montañas, en el aislamiento en desiertos. Pero no hicieron ninguna de estas cosas sino a modo de tratamiento terapéutico, tal como hemos mencionado, y a causa así mismo de la corrupción de la gente de la ciudad. Cuando ven que ellos pueden corromperse en su compañía, cuando ven su proceder, temen que por su causa se corrompan en sus costumbres y por eso huyen de ellos a los desiertos y a los lugares donde no habite ningún hombre pervertido, tal como dice Jeremías: “¡Ojalá tuviera en el desierto un albergue de caminantes, yo abandonaría mi pueblo y me iría junto a ellos, porque éstos todos son adúlteros, una banda de traidores”.

Maimónides, Etica.

domingo, 3 de octubre de 2010

Caballos salvajes


Chris McCandless se había sentado a jugar la partida para la que estaba predestinado y tuvo el valor de levantarse cuando tenía la mano ganadora. Esperó a demostrar que tenía dotes de triunfador para romper la baraja y empezar otra vez. Pero esta vez la que estaba decidido a jugar era SU partida.

La de Christopher Johnson McCandless es una historia de pura vida, de pura valentía, de pura humanidad. La determinación única, sencilla y clara de salir ahí afuera en pos de la búsqueda más plena y crucial que un ser humano puede emprender: la búsqueda de sí mismo. Un pecado mortal que los guardianes de la oficialidad jamás le perdonarán.

Cuando en agosto de 1992 Alex Supertramp –seudónimo que Chris adoptó en su Odisea- exhaló su último suspiro en aquel viejo y destartalado autobús abandonado en la conocida como Senda de la Estampida, en Alaska, que le sirvió de hogar los últimos meses de su vida, el último latido de su corazón puso en marcha un auténtico viento de libertad. Un mensaje de libertad que los augures de la derrota jamás podrán acallar lanzando su mensaje de miedo, de muerte, su llamada al redil. Pretenden amedrentarnos la pasión haciéndonos creer que lo importante es la anécdota, el accidente, insistiendo pertinazmente en que volar es de inconscientes y que la inconsciencia nos aboca a la tragedia. Mienten, manipulan. Manipulan para asesinar cuanto antes la memoria de Alex, porque Alex no murió con Chris.

Te dirán que Chris McCandless fue víctima de su estupidez, de su imprudencia, de su locura. Te lo dirán aquellos a los que aterra la mínima posibilidad de soltar amarras de puro cobardes, te lo dirán aquellos que han aceptado un destino que, en décadas de vida, no les deparará ni un solo minuto de plenitud como los que Chris disfrutó los dos últimos años de la suya. Dos años que fueron SU vida. Toda una vida.

La muerte de Chris no fue consecuencia de su osadía como pretenden hacernos creer los soldados de la cordura. El ya había hallado las respuestas que se había propuesto encontrar dentro de sí e intentó regresar a la civilización, lo cual fue pospuesto por la propia naturaleza. La ingesta posterior de los vegetales equivocados que le llevaron a morir fue un simple accidente. Su muerte fue un accidente y, en el global de su historia, una anécdota.

Chris McCandless saboreó bocados de felicidad que la inmensa mayoría jamás podremos ni soñar. Chris McCandless no es un inepto que se buscó su final, es un ejemplo. Un ejemplo de valentía, de rebelión, de inconformismo con lo material y de pasión por lo espiritual. ¡Joder!, un puto héroe para todos aquellos cobardes que nos encontramos perpetuamente paralizados por el miedo al umbral de nuestras respectivas Sendas de la Estampida, amansados por la seguridad. Un héroe para todos aquellos que sentimos su impulso pero que, por cobardes, nos sabemos para siempre caballos salvajes con tos y cojera.