UN MUNDO FELIZ

UN MUNDO FELIZ. Huxley lo auguró y ya hemos llegado

jueves, 16 de diciembre de 2010

Yolanda

Yolanda sonríe. Lo hace con la naturalidad con que sonríen las personas que no conciben estar vivo sin hacerlo. O mejor dicho, sentirse vivo sin hacerlo. Sonríe con una franqueza tan simple y, a la par, tan arrolladora que te deja sin palabras. De pura envidia. Yolanda sonríe y es de los gestos que te hacen reconciliarte con lo que sea. Pónganle el nombre que quieran.

Llegamos a unas fechas en las que, para sentirnos bien, correremos como posesos a entregarnos compulsivamente a la adquisición de cosas que no necesitamos gastando dinero que no tenemos. Comeremos sin hambre, beberemos sin sed y saludaremos con efusiva hipocresía. Nadaremos en un mar de abundancia sin sentirnos ni por un solo momento afortunados por disponer de tantas y tantas cosas, porque cuando siempre has tenido algo llega un momento en que no lo valoras.

Yolanda va a sentirse bien independientemente de las fechas que marca el calendario. No necesita acercarse a los grandes almacenes de su ciudad para hacer acopio de bolsas repletas de vacío. Yolanda se sentirá bien simplemente charlando con su hermana Elena porque ya pueden hacerlo sin la presencia del cruel árbitro que hasta ahora recitaba una penosa cuenta atrás sin aparente intención de enmienda. Paseará con su madre con la pausa y la quietud emocional que da el saber que pueden hacer planes para la próxima semana y besará a su padre con la tranquilidad de que hacerlo ya no le sumerge a él en un pozo de sollozos porque sus besos ya no dejan tras de sí el portazo de una despedida. Yolanda se siente afortunada con las cosas que al resto nos pasan desapercibidas.

Yolanda fue diagnosticada de cáncer de mama a la edad de 34 años. Con metástasis ósea y hepática. Acaba de terminar su travesía por el infierno y no lo parece porque Yolanda, simplemente, sonríe mientras te cuenta lo que le ha ocurrido con una sencillez que te hace sentirte desafortunado. Sí, desafortunado. Porque ahora Yolanda está en disposición de valorar y exprimir las cosas y gestos aparentemente más simples, prescindibles y sutiles que nos rodean y que al resto nos pasan desapercibidos mientras perseguimos la liebre mecánica, el señuelo material, estúpido y vacuo que periódicamente cambiamos por otro igual de estéril e inane desde cualquier punto de vista humano y sentimental.

Podemos optar por sentir, desde nuestro engreído y absurdo concepto de normalidad, pena por lo que le ha ocurrido a Yolanda o podemos mostrar nuestra admiración por la entereza con la que ha llegado hasta aquí y, si me permiten, nuestra pizca de envidia por el sinfín de cosas que a partir de ahora van a hacer que Yolanda se sienta feliz y que nosotros ni percibimos.

Mientras tanto, con sencillez y con la determinación que da saber que la vida siempre es aquí y ahora, Yolanda sonríe

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